He necesitado, como hace tiempo, vomitar cada espacio de verdad en el ensimismamiento de ser uno solo, frente a la pared -si fuera posible-, rodeada de espejos, masticando humedad en el acto mecánico de saberse humano sin opción ni sexo.
Tu felicidad no es precisamente la mía, ni tiene por qué serlo. Sucede que mi felicidad es tan indefinida que difícilmente llegue a la condición de sustantivo abstracto. Nada en su naturaleza es comparable. Pero por qué la miseria repetible, difícilmente aislable, tan poco personal como para merecer ser nombrada; por qué si soy una persona sola, en el abismo de la asimilación tardía, debo negarme a ciertas construcciones, como: te amo, me duele, no quiero superar esto.
No puedo. En el afán de qué. Si no es esto más que un acto terapéutico, entrañable y patético. So cute. Tan extremo y cobarde como la razón que me obliga hoy a quedarme aquí entre murmullos huérfanos como una viuda inventada. Respondo entonces.
La razón, oh, la razón iluminada del positivismo y sus pruebas, las razones que hoy dispersas son presas de un nombre vacío. Significante carente de significado en su condición biplánica abominable.
No me dejes. No me dejes acercarme repetirme mascullarme ser yo carente de orgullo por un fin mejor. Optemos por los paralelismos mediocres sin dar vuelta los ojos al otro, prestando los oídos sordos a la vida ajena deslizándose rozando muriendo de tan propia de sí. Pero yo te pido, por favor, dejame funcionar más allá de mi ausencia como una marca más allá de la muerte.
03-09-08
miércoles, 3 de febrero de 2010
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